Sin recurrencias

Concerto comparte, Valentín de Zubiaurre

Recurrencia del rojo. Ahora es fuego, destrucción; alguna clase de muerte, sin duda. Son el acordeón, las panderetas y esas caras de Hasta acá llegamos lo que canta, lo que pinta las nubes. Es el incendio de toda tranquilidad, es la ofensa que plantea el blanco de la ropa ante tanta sangre. Es querer morir y no saber de qué color. Es no poder ir más lejos. Es el jarrón vacío de la esquina izquierda. Es el bastón que ya se quiebra o se quema, da lo mismo. Son las trenzas para ahorcarse. Es una escena de muertos.

EDIT: -Es verdad que te has vuelto loco, Ferdinand? -me pregunta ella un jueves.
-¡Lo estoy! -confesé.
-¿Y aquí van a cuidarte?
-El miedo no puede cuidarse, Lola.
-¿Tanto miedo tienes?
-Más todavía, Lola; tanto miedo, fíjate, que si algún día me muero de muerte natural, dentro de muchos años, no quiero que me incineren. Quiero que me dejen pudrir en tierra, en el cementerio, tranquilamente; allí, pronto a resucitar, tal vez... ¿Quién sabe? Mientras que si me redujeran a cenizas, Lola, comprende, todo habría terminado, terminado por completo... Un esqueleto, a pesar de todo, aún se parece un poco al hombre... tiene más posibilidades de revivir que las cenizas... Las cenizas es el final... ¿Qué te parece?... Así, pues, la guerra...
-¡Oh! ¡Eres un cobarde, Ferdinand! ¡Eres repugnante como una rata!...
-Sí, cobarde del todo, Lola; rechazo la guerra y cuanto implica. No la deploro... No me resigno, yo... No lloriqueo sobre ella, yo... La rechazo sin más, con todos los hombres que contiene; no quiero nada con ellos, con ella. Aunque ellos fueran novecientos noventa y cinco millones y yo estuviera solo, ellos son los equivocados, yo quien tiene razón, porque soy el único que sabe lo que quiere: yo no quiero morir.
-¡Pero es imposible rechazar la guerra, Ferdinand! Únicamente los locos y los cobardes rechazan la guerra cuando la patria está en peligro...
-¡Entonces vivan los locos y los cobardes! O mejor: ¡sobrevivan los locos y los cobardes! ¿Te acuerdas, Lola, por ejemplo, de un solo nombre de los soldados que murieron en la guerra de los Cien Años?... ¿Has tratado de conocer a uno solo de esos nombres? ¿A que no? ¿Nunca has indagado? Te resultan tan anónimos, indiferentes y más desconocidos que el último átomo de este pisapapeles que tenemos frente a nosotros, que tu caca matinal... ¡Ya ves que murieron por nada, Lola! ¡Por absolutamente nada, esos cretinos! ¡Te lo aseguro! ¡Pruebas cantan! Sólo cuenta la vida. Dentro de diez mil años te apuesto a que esta guerra, por muy importante que nos parezca en este momento, estará por completo olvidada... Apenas si una docena de eruditos se engrescarán todavía, aquí y allá, en la ocasión y a propósito de las fechas de las principales hecatombes con que fue ilustrada... Es todo cuanto los hombres han logrado, hasta el momento, encontrar de memorable a propósito de unos y otros, a algunos siglos, a algunos años e incluso a algunas horas de distancia... No creo en el porvenir, Lola...
En cuanto descubrió hasta qué punto fanfarroneaba de mi vergonzoso estado, dejó de compadecerme... Me juzgó definitivamente despreciable.
Decidió dejarme en seguida. Era demasiado. Aquella noche, al acompañarla hasta el portillo de nuestro hospital, no me besó.
Decididamente le era imposible admitir que un condenado a muerte no tuviera al mismo tiempo la vocación.

(Louis-Ferdinand Céline, Viaje al fin de la noche)

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