Montura

Niña de rodillas delante de una cuna (1883), Vincent Van Gogh

Hoy miré al caballito de mi pasado. Lucía como una nena viendo un bebé, como un bebé dormido obligando a una nena a mirarse a los ojos cerrados, parecía una cuna guardando un bebé para que lo mirara una nena con vestido largo curvado en las rodillas que se doblaban a la altura en que baja la pierna hasta terminar el muslo. Yo flotaba sobre la crin de mi caballito, y sobre esa misma crin había un nenúfar que flotaba sobre mi sudor. Juro que hoy sudé a través del cuello largo de mi caballito con un nenúfar floreciendo en mis crines del caballito que guardo en mi pasado y que también eran dos nenes mirándose. El rostro del dormido estaba a la vista de la cara oculta de la niña, perfecta aparición de mi galope relinchando por el asombro de verme en una cuna, horror vacío descansando sobre la almohada como el nenúfar sobre la crin que transpiré a través de otro cuerpo, el de mi caballito que hoy me habló y me preguntó cosas que todavía no me animo a contestar, parlanchín de cuatro patas, cuatro, como si juntáramos las de dos nenes y las liberáramos en un campo de flores, y lo dejáramos dormir en una cuna rodeado de plantas acuáticas y sapitos que luego emergerían junto al caballito, sobre el caballito y saltarían de nenúfar en nenúfar de sus crines del pasado. Me miraba un caballito como si fueran los dos nenes aprendiendo a hablar su idioma, poniendo su lengua al servicio de sus requerimientos infantiles, como yo que miraba hacia atrás y creía que había un caballito, nenes, plantas que flotaban sobre el agua y un sapito que hoy sonríe y por mí canta y habla de caballitos saltando por el campo, saltando por el campo toda la tarde.

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