Henri de Toulouse-Lautrec
Nunca sentí que una obra de Toulouse-Lautrec estuviera sobrecargada, todo lo contrario: siento que intencionalmente deja espacios abiertos como invitación a la vida que él retrata o inventa, y la diferencia me es en definitiva irrelevante, puesto que, al verla, ya hemos tomado distancia. La disposición de los cuerpos en esta obra en particular me sugiere dos asuntos principales.
El primero es que si yo accediera a ese lugar, asumiendo no sólo la ubicación espacio-temporal, sino a su vez su estética decadente, donde el brillo ha dejado lugar a la opacidad que deambula de traje a traje y, por qué no, entre las miradas, en caso de dar el salto que me haría salir de mi posición de observador-intérprete para colocarme como parte de la composición, todos los de dentro me darían la espalda. Tenemos una dialéctica que se mueve entre el deseo de eso otro, quizás, como dijera Mircea Eliade, eso totalmente otro (lo "ganz andere"), y la imposibilidad absoluta de concretarlo. El artista llama, una vez más, a algo que de antemano se ocupa de dejar en claro su inaccesibilidad. Soy otro, en otra época, y estoy ante/entre una obra que me sitúa fuera y me incita a estar dentro, erótica típica del deseo de una unidad perdida. El inagotable César Vallejo evoca en más de una vez el dolor que sobreviene tras constatar que los demás momentos del tiempo son imposibles en el presente, en Poemas Humanos leemos "No respondes y callado me miras/ A través de la edad de tu palabra", en Trilce "He encontrado a una niña/ en la calle y me ha abrazado./ Equis, disertada, quien la halló y la halle,/ no la va a recordar.// Esta niña es mi prima. Hoy, al tocarle/ el talle, mis manos han entrado en su edad/ como en par de mal rebocados sepulcros".
La segunda sugerencia que intuyo es que esa ausencia es insalvable, y que todo el salón es sólo una excusa, y una bastante poco seria. ¿Será que "cien hombres, juntos, son la centésima parte de un hombre", como dijera Antonio Porchia? ¿Será como también él dice "Su todo se ha rodeado de nada. Soledad total con una puerta inútil y una ventana inútil"? En caso de ser así Toulouse-Lautrec quedaría automáticamente justificado al poner esa ausencia en un lugar tan protagónico de su obra, se trataría de una constatación más que de una invitación al ingreso imposible. Pero, tomar conciencia de esa soledad imposible de dejar atrás, ¿no es un elogio del intento? Si él hubiera puesto ahí más personajes y esta idea no se desprendiese como se desprende, ¿toleraría el artista la impostura en la que cae? Ninguno de los presentes enfrenta tal situación cara a cara, más el pintor tuvo su obra ante sí durante horas y horas.
Ante nosotros está una escena que ya ha recibido la última pincelada, la estocada final que la convierte en metal al rojo vivo y es arrojada a nosotros para que la revivamos. Como síntesis de ambas posturas cabe plantear que quizás la invitación está hecha, y no nos permite andarnos con rodeos: la obra, en su materialidad, está concluída y desamparada ante el tiempo que indefectiblemente acabará con los pigmentos, la tela, el soporte y los conceptos, pero mientras tanto, asumiendo que no podemos estar en ella, la ausencia, como negativo de la presencia nos pide que no repitamos la actitud de los asistentes del salón, y, desde nuestro espacio-tiempo nos dispongamos de una manera más honesta y desgarrada ante ese hecho último, la soledad, esa compañera de punta a punta de la respiración.
El espacio vacío, una vez más, grita.